Retrato: Ignacio Galar
POR UNA NUEVA POLÍTICA DE DESARROLLO
César Guerrero Arellano y Miguel Ángel Ramírez
Rumbo al septuagésimo aniversario de la publicación ininterrumpida de esta revista, resulta un doble privilegio poder conversar con un brillante economista comprometido con las mejores causas del país y cuyo apoyo a la labor de Comercio Exterior ha dejado honda huella en sus páginas y en las convicciones de quienes participamos en este proyecto editorial. Don David Ibarra Muñoz nos recibe en la sala de su casa, que es también una acogedora biblioteca, y lo hace con el mismo aplomo y la afable lucidez con la que, a sus noventa años, sigue escudriñando el acontecer nacional.
Cuando era Secretario de Hacienda, David Ibarra participó en el Congreso Mundial de Economistas de 1980 con un discurso que las páginas de Comercio Exterior recogieron en su número de agosto con el título “La ciencia económica sigue siendo economía política”. En aquella disertación hizo un recuento de las múltiples y complejas disyuntivas que enfrentan las sociedades contemporáneas para mantenerse en la senda del progreso. A pesar del tiempo transcurrido, cuatro décadas, muchas de las disyuntivas ahí abordadas conservan una sorprendente actualidad. Le pedimos iniciar esta plática con una muy recurrente en sus escritos: la aparente contradicción entre estabilidad y crecimiento. ¿Se trata de una disyuntiva irresoluble?
—Hay manera de conciliarlos —responde—. Debemos preguntarnos qué es lo que más queremos, ¿una estabilidad de muertos o una que acompañe al desarrollo económico? Yo creo en lo segundo. Tenemos que hacer una política económica que favorezca el desarrollo aceptando que podamos tener algunas presiones inflacionarias.
—¿Algo así como los niños que tienen fiebre cuando están creciendo?
—¡Claro! —responde riendo.
En un artículo reciente, Ibarra expuso que México incursionó en los mercados externos para afianzar las ventajas comparativas del país. Así lo hicimos, abundó, sin meditar que nuestra principal ventaja comparativa era y es la baratura de nuestra mano de obra”.
—Le pedimos por lo tanto que nos diera su balance del TLCAN.
—El enorme crecimiento del comercio exterior que se dio a raíz del TLCAN careció de un vínculo orgánico con el resto de la economía. En ese trayecto nuestros gobiernos renunciaron a mantener una política industrial, por lo que tenemos en el país un desarrollo económico muy desequilibrado. El sector industrial no se integró al exportador, que floreció con bajo contenido nacional. Nos especializamos en ofrecer mano de obra barata y en montar maquiladoras con poco valor agregado, olvidando que las ventajas de la productividad están asociadas a las manufacturas, no a los servicios. Echamos a andar una locomotora sin enganchar los vagones. A propósito de esa inserción incompleta, David Ibarra ha escrito que “aliviar de verdad el estrangulamiento externo supone emprender el fortalecimiento de los componentes nacionales de la producción”.
—¿Estamos en camino de superar la heterogeneidad productiva del país? —le preguntamos.
—No. Sigue en esa condición porque no hemos mejorado la capacidad productiva interna —nos responde—. La heterogeneidad productiva significa que empresas muy eficaces, con bajos costos y que compiten en el mercado internacional, conviven con producciones de baja calidad y productividad. Eso hace que el país no pueda avanzar apropiadamente. Hay que hacer más productiva a las industrias pequeña y mediana, generar aglomeraciones productivas que nos den una mayor capacidad de crecimiento.
»Hacerlo requiere una política de crecimiento y la que tenemos hoy es una política de estabilidad. La banca de desarrollo tenía técnicos que conocían muy bien la industria y las manufacturas y eran capaces de elaborar grandes proyectos de transformación productiva y de atender al sector olvidado de la pequeña industria, pero se abandonó esta labor para ayudar a la rentabilidad de la banca comercial.
Ibarra considera que ese cambio de enfoque provino de una cuestión ideológica y de abandono de iniciativa propia: “Adoptamos las reglas del orden económico internacional, del Consenso de Washington. Para la estabilidad mundial pueden ser muy provechosas, pero no para el crecimiento de México”.
—¿Mejoró el desarrollo regional con la apertura comercial?
—Las discrepancias regionales son muy agudas porque se abandonó la planeación por zonas económicas. Una estrategia de crecimiento hacia afuera implica a la larga llevar muchas capacidades productivas a costas y a fronteras, lo que entrañó un ajuste doloroso: que Ciudad de México perdiera su importancia como centro industrial manufacturero casi único. Pensamos, o quizás no pensamos muy bien, que el mercado lo resolvería todo y lo resolvió a medias. Hubo una migración industrial hacia el Estado de México, Querétaro y otros estados aledaños, pero en esencia abandonamos el desarrollo regional, no creamos los instrumentos para facilitar la industrialización de las fronteras y las costas. Ciudad de México absorbe casi el 50% del crédito bancario, y si añadimos a Nuevo León, Estado de México y Jalisco, se alcanza el 72%. Eso ilustra el olvido del sureste del país, entre otras zonas. Algunas entidades han hecho un esfuerzo por planear su desarrollo, pero se necesita que sea conjunto, nacional, con dirección programática para avanzar y que las entidades más prósperas arrastren a las menos avanzadas.
A David Ibarra lo enmarcan los libros a su espalda. Posan sobre sencillas repisas, adosadas a un muro curvo que se eleva hasta la planta alta. Para alcanzarlos hay un balcón con barandal. Al mirar ese acervo de conocimiento, le recordamos que el primer artículo de su autoría en Comercio Exterior se publicó en octubre de 1971 y que el tema fue la integración latinoamericana.
—La integración tiene dos aspectos: la unión de cadenas productivas y la de esfuerzos exportadores. La apertura de fronteras le quitó impulso. Asimismo, el ofrecimiento teórico de que los mercados externos resolverían nuestros problemas, le restó importacia al acuerdo entre latinoamericanos. México abandonó casi totalmente su integración con Centroamérica. Tampoco integramos nuestras cadenas productivas con el resto de América Latina. Eso creó otra situación: una animadversión latinoamericana hacia México, por optar por el norte en lugar de hacerlo por el sur.
También se distanciaron los afanes productivos, reviramos a Don David en busca de su valoración sobre el proceso de desindusrialización que acompañó a algunos países latinoamericanos, principalmente del sur, tras el boom de las materias primas y el incremento sustacial en sus precios
—Eso es muy cierto. América del Sur le dio prelación a los artículos primarios. La industrialización en Argentina y Brasil era muy intensa en los años setenta, pero la abandonaron por la elevada demanda de productos primarios de China. Fue un error histórico, dejaron lo que podría darles sostenibilidad a largo plazo por una producción que, si bien puede darles utilidades importantes a corto plazo, a la larga no fortalece su integración interna. México siguió una ruta distinta. Dado que no tiene las condiciones de Argentina o Brasil para la producción de materias primas, optó por el comercio de manufacturas integrado con Estado Unidos y Canadá. Este modelo de desarrollo propició una especie de industrialización no auténtica, una industrialización vinculada al procesamiento simple de productos de exportación que, en términos del tipo de trabajo incorporado en el país, resulta muy similar a la especialización en bienes primarios.
—Un intento reciente de desarrollo regional planeado fue el Plan Puebla Panamá. ¿Por qué cree que fracasó?
—Porque no tenemos el sistema para convertir buenas ideas en proyectos viables. Hacer proyectos es complicado, se necesita alguien que los elabore, que determine su rentabilidad, que precise los requisitos de inversión. Los financieros son cuidadosos, necesitan ver la rentabilidad de los proyectos. Sin proyectos, el financiamiento tampoco apareció. No se cumplieron esos dos requisitos. En consecuencia una idea que, en principio, puede ser muy buena, fracasa porque no está acompañada de los elementos constitutivos para lograr el acuerdo de los países cuando se trata de una integración regional.
—¿Las Zonas Económicas Especiales cubrieron esos requisitos?
—Tampoco. Cuando dirigí Nacional Financiera su capacidad de hacer proyectos de manera sistemática era muy importante, pero después las instituciones gubernamentales permitieron que todo el personal que sabía hacer proyectos se fuera y ahora tienen que contratar asesores externos o empresas para que los hagan.
—¿Cuál es la relevancia de la inversión extranjera directa en el desarrollo productivo del país?
—La inversión extranjera directa (IED) nunca ha representado más del 3% del PIB, mientras que la doméstica es de alrededor del 20 o 23 por ciento de ese agregado macroeconómico. Como México estaba más avanzado que China, la IED se dedicó a comprar mercado, adquiriendo empresas líderes de los sectores público y privado en lugar de crear capacidades productivas. Eso no necesariamente es malo, siempre y cuando alguien se vuelque a hacer nuevas producciones. Lo que la IED sí ha facilitado es el financiamiento de la balanza de pagos.
—Pero se ha documentado la existencia de derramas tecnológicas y de conocimientos vinculados a la presencia de IED en el país, abogamos en favor de esta fuente de recursos.
—La mayor parte de la inversión extranjera en la industria automotriz ha venido a México por la facilidad de exportar sin aranceles a Estados Unidos, una ventaja enorme. Sin embargo, aunque es la estrella de nuestro sector exportador, no tenemos en el país ningún centro de desarrollo tecnológico automotriz. Aprovechamos el mercado externo y la mano de obra barata. Con el nuevo tratado se reduce nuestra principal ventaja comparativa pues, para obtener los beneficios de un producto originario, una porción del valor del automóvil debe incorporarse en plantas cuyo promedio salarial supere los 16 dólares por hora.
David Ibarra percibe que lo que nos acaba de decir nos ha dejado pensativos. Contempla el efecto de su explicación y con la serenidad de quien ha dedicado buena parte de su vida al análisis de las profundas transformaciones de la economía mundial, retoma el brillo de su voz y añade: “Pero bueno, los grandes países también tienen problemas y el de Estados Unidos es el déficit comercial. Necesitan reducirlo. ¿A cuánto asciende? Alrededor de 620 mil millones de dólares en 2018, de los cuales México representa menos del 15%. Le abrimos a Estados Unidos una brecha muy importante que va a tener que cerrarse”. Cada quién sus retos.
Esto nos da pie para el siguiente tema: un orden internacional de libre comercio que está siendo fuertemente cuestionado.
—Eso está creando una enorme incertidumbre mundial que se refleja en la reducción de la tasa de crecimiento de la inversión empresarial a nivel mundial. Hace 35 años, cuando los representantes de las cinco naciones más industrializadas de aquel momento se reunieron en el Hotel Plaza de Nueva York, Estados Unidos tuvo el poder suficiente para imponer una depreciación coordinada del valor del dólar y reducir así su déficit. Hoy ya no puede hacerlo y emprende entonces una guerra comercial. En medio de esta disputa se desvirtúan las estrategias exportadoras y disminuyen las tasas de crecimiento de las economías de mayor peso relativo, lo que nos obliga a ajustarnos. ¿Cómo? Debemos tener ideas propias de crecimiento, recobrar la capacidad de desarrollar una política industrial y defender la estrategia exportadora.
»México que, a pesar de su superávit con Estados Unidos termina con una balanza comercial deficitaria, se ha vuelto una correa de transmisión de dólares. Con esta manía de apertura, tenemos tratados de libre comercio que nos hacen perder con el resto del mundo todo lo que ganamos con América del Norte. Es un problema bastante serio que nos obliga a pensar mejor en cómo resolverlo.
—¿Qué tipo de comercio exterior debería impulsarse en el contexto actual?
— Países como el nuestro no tienen una autonomía completa, solo parcial. Deben aceptar reglas del orden económico internacional que no necesariamente les benefician. Hasta ahora habían sido “Abre tus puertas, ten un gobierno chico, quita toda la política industrial”. En la actualidad, el mundo pone en entredicho estas recomendaciones porque han provocado desajustes tremendos en materia de comercio y de equidad. Estamos sujetos a un orden económico internacional, pero tendremos que encontrar los espacios para aplicar las políticas que nos permitan crecer y desarrollarnos.
»Inglaterra ha vivido un proceso muy intenso de desindustrialización. Después de haber sido el principal país industrial, tiene déficits casi comparables al conjunto de América Latina. Con el Brexit busca recuperar autonomía y ya no transmitir prosperidad a terceros países. Si nos obligaran a reducir a la mitad el superávit con Estados Unidos, México tendría que renegociar buena parte de los tratados comerciales donde nuestras importaciones superan a nuestras exportaciones. Tenemos una tarea muy difícil.
—¿Estamos discutiendo estos dilemas en la arena del debate público?
—No sé cómo se esté organizando el nuevo gobierno. Sé que con anterioridad pensamos muy cómodamente que los mercados resolverían todo. Y los mercados resuelven algo, pero no todo.
A la derecha del sofá desde el cual David Ibarra interpreta, a petición nuestra, los aspectos de la actualidad económica, hay una ventana. Larga y esbelta como una estela, la ventana asciende del piso hasta el techo del segundo piso y desparrama la luz del mediodía, filtrada por el árbol del jardín, sobre el perfil de su rostro.
—Retomando la idea del Brexit, volvemos al hilo de la conversación, pareciera que hay una suerte de repliegue de la apertura comercial.
—Hay dos posibilidades. La primera es que los países se pongan de acuerdo y determinen nuevas reglas que hagan más equitativo el comercio exterior, que reduzcan los déficits mayúsculos que ahora tienen. El déficit anual de Estados Unidos no puede sostenerse. Necesitamos un acuerdo general complejísimo para hacer que la apertura funcione, para hacerla más equitativa.
»El segundo problema es que hay que darle espacio a China y a la India para que se integren. Tienen el 37% de la población mundial y tasas de crecimiento que por lo menos doblan las de los países industrializados. Parte del acomodo es darles su lugar y eso es muy difícil.
»El problema de las estrategias exportadoras es que ya no hay un solo país líder que obligue o tenga la fuerza suficiente para disciplinar a todo el mundo. Con las reglas del orden económico internacional todavía vigente, sin subsidios o apoyos, es difícil impulsar el crecimiento hacia dentro, pero es lo único que podemos hacer con nuestra capacidad operativa nacional. Tenemos que integrar nuestras cadenas productivas, defender nuestra capacidad exportadora y, hasta el último, renegociar los tratados de libre comercio. El déficit que tenemos con China representa la mitad de nuestro superávit con Estados Unidos. Debemos crear las condiciones para que las inversiones procedentes de China se multipliquen, aunque los recelos de Estados Unidos compliquen el panorama. Si China se está beneficiando de nuestro mercado, que venga a invertir.
Estamos por cerrar la conversación y, para hacerlo, reservamos los vínculos directos de David Ibarra con la revista Comercio Exterior. Fue uno de sus principales promotores, primero como miembro del Consejo Directivo del Bancomext y luego como integrante del Comité Editorial de la revista, al que se unió en marzo de 1988. Por ello, le pedimos su opinión sobre la importancia de este proyecto editorial y su vigencia.
—A mí me tocó defender la revista porque la querían cerrar para ahorrarse tres pesos. México depende fundamentalmente de la situación económica mundial, exportamos el 30% de nuestro producto e importamos otro tanto. Si escogimos una estrategia exportadora que, bien o mal, pesa tanto en la economía, ¿cómo no tener una revista de comercio exterior, con un seguimiento puntual y minucioso de la economía internacional, y aún más riguroso de nuestros principales socios comerciales? Tenemos que hacerlo.
»La revista es la expresión intelectual de nuestras estrategias. Creo que es un vehículo importante. Eso hace necesario que la revista adopte una posición progresiva, nacionalista, que empuje a hacer cosas dentro del país y que renueve nuestros vínculos con Centroamérica y con América Latina.
Buena parte de la destacada trayectoria profesional de David Ibarra como economista ha transcurrido a la par del periplo de la revista Comercio Exterior. ¿Cómo percibe ese derrotero?
—En enero de 1951, cuando inició la revista, la estrategia del crecimiento de México era hacia dentro. Hacer una revista de comercio exterior significaba una paradoja: miraba hacia el futuro lejano, hacia la necesaria integración de México a la economía internacional. Creo que eso fue importantísimo, porque fue el puntal estratégico para empezar a discutir la inserción de México y la validez de la estrategia que estábamos siguiendo.
»Creo que hoy se renueva la importancia de la revista de comercio exterior, porque estamos un poco al revés. Las estrategias exportadoras ya no ofrecen a México el ámbito de progreso de antaño. Necesitamos un comercio exterior distinto, por un lado más agresivo, que sostenga nuestras ventas externas y las agrande, y por otra parte defensivo, que estudie a otros países y proponga cómo disminuir los impactos negativos que nos vengan del exterior. Ahí está la nueva tarea de la revista, que es importantísima.
»De alguna manera la revista es el núcleo, la cabeza de los temas significativos en la política económica de México, nuestra vinculación externa y nuestra capacidad propia de crecer. No dejen de hacerlo.
Comentarios