Esta noticia también la debía: la aparición del poema "Los puertos" en el número de Opción dedicado a los años sesenta, publicado en abril, y cuyos ejemplares acabo de recibir esta semana. En virtud de que a estas alturas del año ya ni se han de conseguir, transcribo aquí mismo el poema (que por cierto no tienen ninguna relación con la temática del número):
LOS PUERTOS
I
Los puertos me amartelan.
En los puertos testifico el horizonte,
reencuentro la perpetua unión de viento con marea.
Soy libre de mirar cómo desciende el cielo
para en la mar teñirse.
Veo puños de cristal romper contra inconformes rocas
y siento en los pies esa frontera donde besos sempiternos
se rinden a la espalda de la arena.
II
Son ciudades de atezado, neblinoso firmamento,
de naranja diáfano sobre el que se alzan las palomas.
Camino de brillantes abalorios en el agua es su mañana
y un bosque de lucernas su ribera por las noches.
Donde el aroma de un fogón puede verdecer la hoja seca de una ventana,
un canto iluminar el callejón umbrío,
y la historia de la ciudad,
su historia entera,
en una misma tez cifrarse criolla.
III
Al contemplar la suave herrumbre de las tuberías,
la basura que hurgan las gaviotas,
los muros salitrosos,
el zaguán desgalichado,
sorprende a mi oído el susurro de la espuma recurrente.
Ancianas parejas y sus perros toman como porche la banqueta.
Niños combaten el balón frente a sus padres.
Espigadas, las grúas se desvanecen en su propia y solitaria altura.
IV
Pardos y plateados, los cardúmenes se mezclan en las avenidas.
Caminantes por el malecón, de incierto origen y destino,
me alcanzan, pasan a mi lado sin mirarme.
El húmedo viento del atardecer
viene con una silueta dulce por el brazo.
V
En los puertos todo es tránsito.
Hospitalidad a los insólitos acentos,
anhelo por tener impronta en otra orilla.
Si alguna vez perdiera el horizonte,
deberé encontrarlo en el glauco sabor del viento,
en la mirada de porteños melancólicos,
al final de las calles que descienden
y en el alma rota, desguazada, de los barcos.~
Diciembre de 2007 – enero de 2008.
LOS PUERTOS
I
Los puertos me amartelan.
En los puertos testifico el horizonte,
reencuentro la perpetua unión de viento con marea.
Soy libre de mirar cómo desciende el cielo
para en la mar teñirse.
Veo puños de cristal romper contra inconformes rocas
y siento en los pies esa frontera donde besos sempiternos
se rinden a la espalda de la arena.
II
Son ciudades de atezado, neblinoso firmamento,
de naranja diáfano sobre el que se alzan las palomas.
Camino de brillantes abalorios en el agua es su mañana
y un bosque de lucernas su ribera por las noches.
Donde el aroma de un fogón puede verdecer la hoja seca de una ventana,
un canto iluminar el callejón umbrío,
y la historia de la ciudad,
su historia entera,
en una misma tez cifrarse criolla.
III
Al contemplar la suave herrumbre de las tuberías,
la basura que hurgan las gaviotas,
los muros salitrosos,
el zaguán desgalichado,
sorprende a mi oído el susurro de la espuma recurrente.
Ancianas parejas y sus perros toman como porche la banqueta.
Niños combaten el balón frente a sus padres.
Espigadas, las grúas se desvanecen en su propia y solitaria altura.
IV
Pardos y plateados, los cardúmenes se mezclan en las avenidas.
Caminantes por el malecón, de incierto origen y destino,
me alcanzan, pasan a mi lado sin mirarme.
El húmedo viento del atardecer
viene con una silueta dulce por el brazo.
V
En los puertos todo es tránsito.
Hospitalidad a los insólitos acentos,
anhelo por tener impronta en otra orilla.
Si alguna vez perdiera el horizonte,
deberé encontrarlo en el glauco sabor del viento,
en la mirada de porteños melancólicos,
al final de las calles que descienden
y en el alma rota, desguazada, de los barcos.~
Diciembre de 2007 – enero de 2008.
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