Escribí para ipstori este texto, acerca de cómo me hice lector y cómo eso influyó en mi perfil como narrador. Se encuentra publicado a partir de esta semana en el blog "Munch-ips":
ODISEAS EN PAPEL
Por César Guerrero
En mi infancia predominaron los juegos confinados. Mis hermanos y yo vivíamos en el departamento superior de una casa dúplex frente a una avenida de seis carriles, llena de coches, así que nunca jugamos con vecinos en la calle, sino entre nosotros y en casa. La azotea era lo más parecido a un patio propio, pero inviable para jugar con las pelotas: aún cuando los pretiles eran altos, cualquier pelotazo habría terminado en las casas aledañas y, para colmo, tenía un gran tinaco al centro, con tuberías que corrían hacia un extremo, elevadas sobre soportes de varios centímetros, estorbando sobre el piso.
Si jugar al aire libre no era posible en mi casa o sus alrededores, mi escuela podría haber compensado esa limitación: sus patios eran muy grandes y, para la clase de educación física, contaba con una cancha de fútbol de medidas reglamentarias y una pista de 400 metros planos. Pero correr mucho me hacía respirar por la boca, ya fuera por mi tabique desviado, mi rinitis alérgica, o ambas cosas, y terminaba con un horrible dolor de caballo. Además, a partir del tercero de primaria comencé a usar lentes. Si los guardaba para poder participar en juegos de contacto, las figuras y los rostros se convertían en manchones sin detalles debido a la miopía; si me los dejaba puestos, me arriesgaba a que un manotazo o un pelotazo me lastimaran la cara o a que se rompieran en el piso luego de un empujón. Siendo así, la biblioteca se convirtió en el refugio de la mayoría de mis recreos.
Tanto en casa como en la escuela, mis lecturas habituales de infancia fueron las historietas. Pero en lo que a literatura se refiere, las lecturas que despertaron mi afición fueron dos novelas de aventuras, una de ellas “histórica”. En El corsario negro, de Emilio Salgari, encontré un personaje intrépido, valiente y sagaz, como debía esperarse de un pirata, pero con el refinamiento y la nobleza que un delincuente de los mares no podría haber tenido nunca, puesto que su origen era noble y la piratería era solo el ardid para restaurar el honor familiar. La segunda fue Colmillo Blanco, de Jack London, en la que el protagonista es un cachorro de lobo. Su autor consiguió que a lo largo de toda la novela pudiera descubrir los paisajes de Alaska a través de los ojos, el hocico y las patas de ese animal.
Si nuestra vida estuviera circunscrita a nuestro entorno inmediato, la mayor parte de las personas tendrían apenas unas pocas opciones para desarrollarla. ¿Cómo escapar de esa trampa del lugar de nacimiento, del origen familiar, de la tradición, de la juventud y la inexperiencia o del temor? ¿Cómo experimentar un rumbo distinto sin ponerse en grave riesgo o fracasar en el intento?
Hay un lugar muy seguro y estimulante que siempre podrá servirnos: los personajes y las historias que la literatura nos ofrece. En ella encontramos una pléyade de experiencias humanas a nuestra disposición para asomarnos a otras realidades, a grandes triunfos, grandes fracasos o, mejor todavía, a situaciones ambiguas y abiertas que nos dejan pensando en que las cosas no son realmente como parecen o nos quieren hacer parecer. Asimismo, las palabras cobran un poder insustituible en las obras literarias: el de evocar experiencias múltiples en nuestra imaginación de lectores, todas ficticias pero siempre verosímiles.
Visto a la distancia, la literatura me ofreció la posibilidad de percibir toda clase de emocionantes aventuras en paisajes naturales, la mitad de ellos marinos, mediante la imaginación, algo que mi vida citadina y mis limitaciones físicas hicieron inviable. Aún si no hubiera sido así, años después pude asomarme sin riesgos al terror, a la intriga, pero sobre todo, a personajes y escenarios remotos en el tiempo y el espacio mediante obras de Allan Poe, de Conan Doyle, de Arreola o de Verne.
La fascinación por esa libertad que la literatura me dio para poder sentir vidas y escenarios más allá de los que me eran asequibles ha sido tan grande que no pudo quedarse solo en el disfrute de la lectura. He querido ser parte de quienes consiguen ese mismo efecto, haciéndome escritor. Y quizá a eso se debe mi entusiasmo por las odiseas al escribir ficción. /
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