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"China, el medioambiente y el mundo: una potencia como las demás?" Entrevista con Yolanda Trápaga Delfín, responsable del Centro de Estudios China-México de la Facultad de Economía de la UNAM

Comparto aquí la entrevista que le hice a la Dra. Yolanda Trápaga Delfín, responsable del Centro de Estudios China-México de la Facultad de Economía de la UNAM, para el número sobre México y China de la revista Comercio Exterior del BANCOMEXT (Nueva época, Número 24, octubre - diciembre de 2020, pp. 54 - 57).


CHINA, EL MEDIOAMBIENTE Y EL MUNDO: ¿UNA POTENCIA COMO LAS DEMÁS?

Por César Guerrero Arellano

Los procesos económicos entre China y América Latina y el Caribe suscitan mucho interés, no solo por lo que han representado para el crecimiento económico de la región en los últimos quince años, sino por sus implicaciones futuras en el contexto de la Nueva Ruta de la Seda. ¿Cómo se interpretan estos fenómenos cuando se les estudia con base en el consumo de recursos naturales y su impacto social y ambiental? Yolanda Trápaga, doctora en Economía por la Universidad de París VIII y profesora titular de tiempo completo de la División de Estudios de Posgrado de la UNAM, expone en esta entrevista los acuciantes dilemas que surgen de ese análisis, basándose en las publicaciones recientes que ha coordinado como responsable del Centro de Estudios China-México.


Como preámbulo a la batería de preguntas preparada por Comercio Exterior para esta entrevista, la doctora Trápaga nos compartió este pronunciamiento para contextualizar sus respuestas.

En general subestimamos la relevancia del cambio climático. Cualquier otro tema nos parece más importante que el perjuicio de las condiciones de vida para la humanidad. El año pasado, el Grupo Intergubernamental de Expertos de Cambio Climático de las Naciones Unidas estimó que, si no detenemos ahorita el proceso, el calentamiento de la atmósfera será irreversible en diez años más, con graves efectos sobre la configuración de los territorios de muchos países, así como en la cancelación de diversas actividades económicas en muchos puntos del planeta. En un reporte más reciente, el escenario más optimista calcula en menos de 10% la probabilidad de que nuestra civilización sobreviva. Si Naciones Unidas, un organismo más bien conservador, llega a estas conclusiones, no hay duda: el tiempo apremia. No sé qué otro tema pueda ser más relevante que este. Nuestras políticas de crecimiento económico a costa de más recursos naturales atentan contra nosotros mismos. Requerimos un planeta y medio para sostener el actual nivel de consumo. Los recursos renovables dejan de serlo cuando no les damos la oportunidad de reponerse. Debemos replantear las cosas de manera radical.


¿Qué importancia tiene China para el desempeño económico y el futuro de México? ¿No es “ni enemigo ni paradigma”?

Los economistas solo nos ocupamos de dos variables: crecimiento y empleo. No proponemos crecer con base en lo que nos ofrece la naturaleza, porque eso no existe en el marco analítico ortodoxo. La naturaleza no es mercancía de origen, nosotros la convertimos y queremos que funcione como lo que no es. Cuando no sucede así, le llamamos “falla del mercado”. Esa es la lógica detrás nuestra relación económica, comercial y ambiental con el gigante asiático y no por lo que hagan los chinos, sino por nuestras expectativas de venderles más. Pese a los términos de intercambio desfavorables, China es uno de nuestros principales socios comerciales. Por su gran capacidad económica, desearíamos venderle aguacate, pero orientarlo a la exportación constituye ya un desastre ambiental: se han deforestado bosques primarios en aras de cultivarlo y, si China quiere importarlo de México, el daño se extenderá a otras entidades.


Dada su ambigua condición de economía en desarrollo y de potencia comercial y tecnológica, ¿China tiene los atributos para encabezar la lucha contra el cambio climático y la protección de la biodiversidad?

Ambiguos somos nosotros al desconocer dónde estamos parados. Como todas las potencias, China se impone sobre los demás porque tiene el poder para hacerlo. Con características chinas, como ellos dicen, pero siguiendo el modelo de mercado que describí anteriormente. Más que ambigua, su posición es pragmática en extremo: fue el país que más fondos recibió del Mecanismo de Desarrollo Limpio del extinto Protocolo de Kioto. Al mismo tiempo, China es el mayor emisor de gases de efecto invernadero, con 29% de las emisiones globales. La suma de las emisiones de Estados Unidos y las de la Unión Europea (segundo y tercero en la lista, respectivamente) no llega a la mitad de las de China. Nadie está dispuesto a detener esa contribución negativa, pues requiere que todos los emisores transformen su planta productiva y adopten conductas que implican mayores costos de producción, costos a fondo perdido y pérdida de competitividad. China dijo en 2017 que dejaría de usar sus plantas de carbón para producir electricidad, pero las reactivó en 2019 para no dejar de ser competitiva. Es la mayor importadora de petróleo del mundo; tiene, además, el mercado más grande de automóviles del planeta y, en sentido contrario, la mayor mayor producción mundial de paneles solares y de aerogeneradores. Pero es más de lo mismo. Los paneles, los aerogeneradores y los autos siguen la misma lógica del crecimiento económico. Aunque la transición a la electromovilidad, en la que China tiene los mayores avances, consiga una reducción sustancial de las emisiones asociadas a la energía fósil, la producción de automóviles continuará consumiendo cuantiosos recursos no renovables (plásticos y minerales). Los híbridos y eléctricos necesitan tierras raras, un bien escasísimo dada su demanda mundial. Es una trampa. Debemos aspirar a transformar de raíz el actual modelo de producción y consumo; dejar, por ejemplo, de conducir autos individuales y fomentar el uso masivo de transporte público y emprender otras iniciativas similares en favor del medioambiente. Es, en última instancia, un problema de civilización.


En la Red Académica sobre China, ¿cuál es la trascendencia del eje que coordina sobre recursos materiales y preservación del ambiente en sus relaciones con América Latina?

El subcontinente de mayor biodiversidad del planeta, América Latina, es donde se observa la peor distribución del ingreso. Los gobiernos de nuestros países buscan atraer inversión extranjera directa a toda costa, otorgando beneficios fiscales y el permiso implícito de incumplir las normativas laborales y ambientales. Nuestros gobiernos le ceden a China los recursos naturales para que los emplee a su conveniencia. Se crea empleo, es cierto, pero no transferencia de tecnología ni externalidades positivas. Biomas brasileños y argentinos sin vocación agrícola se convirtieron en plantaciones de soya con biotecnología, dañando el Cerrado, el Amazonas y a sus poblaciones nativas. Para evitar el costo de embarcar en el Atlántico la soya y la carne que produce en Brasil, China quiere construir un tren por el Amazonas, con un puerto en Perú, que dañará la biodiversidad y a las poblaciones. Es el país que más ha destruido biodiversidad en años recientes, sobre todo más allá de sus fronteras.

En este eje temático de la Red Académica sobre China, colaboran organizaciones de la sociedad civil que defienden el medioambiente, conjuntamos sus opiniones sobre inversiones chinas, cuyos efectos analizamos. Todas reportan sistemáticamente conflictos laborales y ambientales. China quiere construir el Canal de Nicaragua para contar con una alternativa al de Panamá. Así que se deben analizar detenidamente sus motivaciones y actuar en consecuencia. En mi caso, me ocupo del análisis de sus políticas agrícolas y de medioambiente. China se expande porque sus recursos naturales son insuficientes y los está cuidando a costa de utilizar los del extranjero. A costa, por ejemplo, de importar madera de su vecindario asiático o de otras regiones como la latinoamericana, ha venido exportando niveles de deforestación muy grandes, al mismo tiempo que protege los bosques de su país. Otras economías, como Estados Unidos y México también lo hacen; sin embargo, China opera a una escala mayor.


¿Cuál es su valoración de la fase de crecimiento que experimentó Sudamérica, impulsada por la gran demanda china de materias primas y del proceso de desindustrialización que la acompañó?

Estamos viendo sus impactos. En varias poblaciones chinas hay un incremento de enfermedades asociadas a la mala disposición final de los desechos industriales y al uso de agroquímicos; en Argentina se observa un fenómeno similar a raíz del dinámico ascenso en la producción de soya. Las cuentas nacionales no registran estos fenómenos. Con el actual enfoque económico, nuestros gobiernos siempre juzgan positiva la inversión extranjera directa, sin ocuparse apenas de sus efectos en el ambiente: produce exportaciones, la balanza comercial mejora, hay crecimiento económico y algunas veces generación de empleo. México es el único país latinoamericano que no se desindustrializó durante el boom de las materias primas (es decir, el incremento sostenido en sus precios a nivel global), aunque la maquila aporta una parte considerable de su producción industrial.


¿Qué rol desempeña la agricultura en la Nueva Ruta de la Seda que impulsa China?

Antes de la Ruta, China ya tenía una restricción muy importante de recursos. Salvo sus costas, la mayor parte de su territorio es desértico o poco apto para actividades económicas. Y si agregamos su numerosa población, no está en condiciones de producir localmente una canasta alimentaria tan amplia como la de Estados Unidos, por ejemplo. Por ello, apostó por la autosuficiencia en la producción de tres granos básicos: maíz, arroz y trigo. Su acelerado proceso de urbanización le impidió alcanzar la autosuficiencia en el caso de la soya, de ahí sus enclaves para producirla en Brasil y Argentina. Asimismo, cambió su modelo de consumo alimentario por el estadounidense, ni siquiera occidental, centrado en carne, que implica una alta demanda de recursos y constituye una importante fuente de gases de efecto invernadero. Cada caloría de carne de res puede demandar siete veces más insumos que una vegetal, incluidos el suelo y el modelo de monocultivo para alimentar con granos al ganado. China, que es el mayor productor, consumidor e importador de cerdo del mundo, acaba de comprometerse a reducir sus emisiones de CO2 de manera asombrosa, pero no puede hacerlo sin modificar su modelo de producción y de consumo. Ahí entra la Ruta de la Seda: incrementará su producción industrial y agropecuaria en otros países y de ahí importará más granos y materias primas, desplazando al extranjero de manera considerable sus emisiones. No es la única potencia en hacer así las cosas, pero es paradigmática por la escala en que lo hace. Al igual que otras economías, invierte en tierras en países como Zimbabue o la República Democrática del Congo, con problemas serios de seguridad alimentaria, y habitadas por campesinos y poblaciones originarias. Son recursos que son muy valorados a nivel especulativo por los fondos de pensiones. Naciones Unidas llama a ese fenómeno “acaparamiento de tierras”, mientras que el Banco Mundial las llama inversiones de “ganar-ganar."


En sus vínculos con América Latina, ¿pueden armonizarse los intereses nacionales en la agricultura y las materias primas o predominarán los desequilibrios con China?

En mi libro Agricultura, alimentos y hegemonía analizo las políticas agrícolas de Estados Unidos y de China, incluyendo el caso de la pesca y la acuicultura en la República Popular. En términos del tiempo empleado, China pescó en 2016 durante más de 16 millones de horas y su siguiente competidor lo hizo ocho veces menos. Eso solo considera la pesca legal. Así es la escala en la que opera China: pesca fuera de su litoral porque ya degradó sus costas con las descargas de antibióticos, drenaje, etcétera. En Baja California están explotando grandes cantidades de pepino de mar. La pregunta es qué relación queremos con China o con cualquier potencia que se comporte de esa manera, que son todas. Este sistema se come el ladrillo en el que está parado. Asume que la tecnología lo resolverá todo, pero para ello debe llegar oportunamente y ser accesible. No tenemos en este momento una vacuna contra la pandemia y, cuando exista, no hay garantía de que realmente esté al alcance de toda la población.


¿Qué perspectivas tiene la agricultura orgánica en la cooperación China-América Latina?

La agricultura orgánica certificada acepta el monocultivo, entre otras prácticas no aceptadas ecológica y socialmente, así que en términos globales se somete a la lógica industrial. La opción es la agroecología, semejante a la milpa, que es universal porque en todo el mundo hay poblaciones nativas que la practican. En México no reconocemos esa riqueza, queremos homogeneizar y consumir como los estadounidenses. Los chinos adoptaron rápidamente ese mismo modelo de consumo y no el europeo, que es más moderado.

México está entre los cinco países con mayor biodiversidad en el planeta. Pero el capital necesita homogeneidad, así que un territorio montañoso y megadiverso como el mexicano es un problema en ese sentido. La tecnología en Estados Unidos, donde la agricultura cuenta con planicies enormes, está creada en términos de gran escala. En China aún quedan 600 millones de pobres (cuatro veces la población mexicana) que ganan cuatro dólares al día, con una inflación más alta que la nuestra. El presidente Xi Jiping dijo que los sacaría de la pobreza este año. El ingreso per cápita promedio en China es de un poco más de diez mil dólares al año. Después de Estados Unidos, el mayor número de millonarios en el mundo está en China. Según el Banco Mundial, su concentración de la riqueza es igual a la nuestra y a la de Estados Unidos. Hay que impedir que se generen millonarios que concentren los diez mil dólares que requieren esos 600 millones de pobres.

En lo ambiental hay otro problema. Para los economistas ortodoxos, el sistema puede crecer en forma sustentable, pero la primera generación de paneles solares ya caducó y representa un volumen de deshechos inmanejable. Reciclarlos no es costeable, así que se queman para recuperar sus tierras raras. El panel solar es muy bueno, pero no hay suficientes tierras raras en el mundo para cubrir la demanda proyectada en el tiempo para estos dispositivos en el mundo, ni siquiera para generada en China. Sostener este modelo de producción y consumo con energías limpias no es factible.


¿Y cuáles son las perspectivas del uso de tecnologías digitales ante ese panorama?

La tecnología se genera para obtener ganancias y algunas de ellas pueden contribuir a un uso más racional de los recursos; pero esos avances no sustituyen ni mucho menos cancelan las acciones decisivas en favor del medioambiente y la protección de la biodiversidad. La economía está dividida en ramas, una puede crecer a costa de otras. En la lógica de producción agrícola, por ejemplo, difícilmente se consideran las implicaciones de la destrucción de los bosques y el hábitat de los animales en la mutación de los virus y sus efectos sobre la salud pública. Hay una dislocación general de la información en este modelo. Se llama competencia y ser competitivos implica eliminar al contrincante en lugar de asociarse y cooperar. Es un modelo inhumano. Aunque muchos nos beneficiemos con un buen empleo y no tengamos problemas económicos, nos alcanza la contaminación y lo que comemos es tóxico. No está diseñado para satisfacer las necesidades de la población, sino para concentrar el capital. Pese a que los gobiernos tienen leyes antimonopolio, las grandes corporaciones internacionales suelen tener más influencia que los gobiernos. El remedio para solucionar de raíz este problema no es tecnológico, es social./




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