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"México en la generación del desarrollo", de Enrique de la Madrid Cordero (reseña)



Enrique de la Madrid Cordero,
México en la generación del desarrollo: Nunca tan cerca como hoy,
Debate, México, 2015.


En su libro Por una democracia eficaz, Luis Carlos Ugalde expone que “la legitimidad es el mayor activo de la política y de los gobiernos” y que una de las causas de su erosión es “la falta de una narrativa de futuro […], una visión de país —dónde queremos estar en 30 años— […]. Sin narrativa, la legitimidad es contingente respecto de los resultados de corto plazo y cuando estos fallan, como es frecuente en las democracias, sucumbe”.

El libro México en la generación del desarrollo: Nunca tan cerca como hoy ofrece esa narrativa. Su tesis, expuesta en un texto no especializado y con apoyo constante de gráficos e infografías, es así: contamos con lo necesario para ser un país desarrollado en el lapso de una generación. Esa expectativa no es descabellada porque ya ha ocurrido en otros países (Corea, Australia…). Al repasar nuestras ventajas comparativas e identificar nuestros obstáculos, es posible comprender por qué las reformas impulsadas por el Gobierno actual, con apoyo de los principales partidos, son las medidas que hacían falta para concluir nuestra transformación inacabada en un entorno internacional que, además, nos será favorable.

El relato que propone De la Madrid Cordero es eficaz y tiene muchos elementos para sostenerse. Sin embargo, omite un aspecto muy relevante, ya no para su efecto en el lector, sino para el éxito de nuestro sistema político conforme a esa aspiración: la rendición de cuentas. Sin ella, la anhelada modernidad no es viable.

Lo anterior es congruente con la omisión de episodios previos en los que la concentración del poder y la opacidad institucional gestaron descalabros económicos cuyo perjuicio no hemos superado. Su impacto negativo es evidente en el Gráfico III.5 “Índice de productividad total de los factores de la producción en el periodo 1950 a 2010”: en 2010, aún faltaba la mitad del camino para recuperar el máximo nivel de productividad de nuestra historia, alcanzado en el ya muy lejano año de 1980. El conjunto de méritos alentadores que se compila en los primeros dos capítulos no ha bastado para que nos repongamos de ese colapso. Y la crisis de 1994, que se omite, es un lastre serio y aún reciente.

Avances transformadores en la inclusión financiera, la competencia económica y la productividad, como propone el autor, serán insuficientes si se excluye la rendición de cuentas para políticos, funcionarios e instituciones. Justo el tipo de reformas que no estuvo en el centro del Pacto por México. Su ausencia puede poner en riesgo avances en todo lo demás, empezando por algo fundamental: la credibilidad, la confianza, la legitimidad de un sistema político y social cuya narrativa de futuro busca encauzar los afanes individuales y colectivos en una visión de largo plazo.

México está en vías de alcanzar un PIB per cápita que hoy se considera de primer mundo o de situarse entre la quinta y la octava economías del mundo en 2050, pero eso no necesariamente lo convertirá en un país desarrollado; no conforme a una definición que considere una economía que estimule la innovación, el libre intercambio y la prosperidad material, junto con una sociedad política que privilegie la libertad y la igualdad. Menos aún si, como se reitera con frecuencia, la prosperidad futura se gestará en sociedades capaces de crear conocimiento, de patentar y no solo de manufacturar. Bajo esa óptica, la ruta de México es ascendente, pero su avance será exiguo y estará plagado de paradojas excluyentes, como ahora.

[Reseña publicada en el número 288 de la Revista EstePaís, correspondiente al mes de abril de 2015]. 

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