Les comparto con orgullo que por primera ocasión se puede leer uno de mis poemas en las páginas de la revista EstePaís (ejemplar No. 290, junio de 2015, EstePaís|cultura No. 117, pp. 3 y 4). Es la primera vez porque no lo había intentado antes y porque, ahora que lo hice, les gustó. Como si esa no fuera razón suficiente para sentirme alegre, mi nombre aparece en la portada a raíz de este poema. Lo reproduzco a continuación:
Por César Guerrero
Eres, copa,
útero en que se gesta el aire,
dura piel
en que se afila el cuchillo de la luz.
En el altivo mástil de tu pierna
se yergue, desafiante y voluptuoso,
tu perímetro fecundo,
siempre virgen para cada cópula.
Pruebo tu boca de labios apretados:
desoladora y carente de ternura.
Tu diáfana pureza
clama su contrario:
la noche seminal del vino,
el amor oscuro que fermenta
en la entrepierna oculta de la tierra.
Silenciosa y dura,
aguardas el desfogue palpitante,
- tembloroso, enardecido -
de las uvas:
testículos azules.
Lo esperas brotar,
venirse por el cuello fálico,
por el largo cañón de la botella,
al cáliz de tu mano fría.
Miro a tus amantes tristes,
amarte sin entrar en ti, sin poseerte.
Y me embriaga la vida que a ti te deja impávida.
Ahora limpio los estragos de tu pasión anónima,
como el mozo que por las mañanas
ordena la cámara secreta de Cleopatra.
Sacralizo tu cuerpo bajo el chorro de agua,
agua que te emula,
libre de toda forma y toda mácula,
sin pecado original ni capital.
Restaurada en la ablución,
testifico tu virginidad.
Pero te he puesto de pie al filo hueco de la coladera y,
al alzar la mano,
miro la caída lenta, irremediable,
de tu cuerpo al suelo de la tarja.
Lo escuché aniquilarse,
confrontado al peso de su dureza.
Contrito, recogí tu cadáver afilado,
el muñón inútil de tu pierna.
Me amenazaron tus esquirlas.
Tus restos de furia eran panoplia de puñales,
polvo rabioso que quería morderme.
Reuní tus restos, temeroso.
Te envolví en una mortaja de papel
para que, despechada,
no hirieras a nadie con tu muerte.
Dios,
que esculpió tu belleza parabólica
sin un mechón desordenado
o una arruga que mancillara tu vestido,
Él, que te hizo seductora y frágil,
para que siempre que alguien te tomara entre sus manos,
te sostuviera devoto,
como a la reina más hermosa...
Ese mismo Dios
no quiso librarte de este paso en falso.~
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