César Guerrero
Sin título
Ciudad de
México, 2007
En
dos ocasiones he colaborado con la sección “Mirador” de la revista EstePaís escribiendo un texto a partir
de una fotografía. "La vida es tránsito"
(jul, 2010) e "Invitación al vuelo"
(feb, 2012). En esta ocasión ha sido al revés. Yo he propuesto una fotografía y
la revista ha elegido a una de sus colaboradoras para escribir algo respecto a
ella. Se trata de Claudina Domingo (Ciudad de México, 1982), autora hasta ahora
de dos poemarios publicados. Uno de ellos obtuvo el año pasado el Premio
Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer (nada menos) para Obra Publicada. Se
trata de Tránsito (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2011). Ni
ella ni yo nos conocemos todavía, pero ha sido muy grato leer lo que descubre
en esta fotografía mía, capturada en la ciudad de México, en 2007. El candado,
por ejemplo.
Aquí su texto:
Una de las primeras
fotografías, Boulevard du Temple —un daguerrotipo de Louis Jaques Mandé
Daguerre tomado en 1838—, constituye el “retrato” de una avenida parisina, su
atmósfera y su paisaje. Así, desde los orígenes de la fotografía, ciudad y
lente se han encontrado tan a menudo que si quisiéramos hacer una muestra de
fotografía urbana terminaríamos conformando el catálogo de los grandes
fotógrafos del siglo xx: Eugène Atget, Henri Cartier-Bresson, Berenice Abbott,
Robert Doisneau, André Kertész, Friedrich Seidenstücker o Héctor García por
mencionar solo fotógrafos icónicos que retrataron a la ciudad y sus personajes.
Vertiginosa, romántica,
melancólica, surrealista, enorme, desolada, infantil, bohemia, destruida,
destructora, perfecta, podrida, la ciudad fotográfica revela las metamorfosis
del hombre moderno (posmoderno y redimido hipermoderno) en su entorno más
natural: la ciudad. Esta laberíntica travesía de la ciudad en la memoria
fotográfica contemporánea se condensa también en esta instantánea de César
Guerrero.
Hay una ventana desde la que
nosotros (convertidos en niños, agazapados o recargados en un sillón fuera de
cuadro) observamos la calle. ¿Cuál de todas? Imposible saberlo, aunque el
barrio tenga los guiños de la Roma Norte o de la Condesa; ¿el camellón
corresponde a alguno de la avenida Mazatlán o de Ámsterdam? Pareciera que
estamos fuera de un punto de ecobicis, lo que dudamos enseguida porque no son
tantas las bicicletas alineadas. De cualquier forma, resulta bastante agradable
ver la calle (con su resolana) desde el frescor de la casa, en la comodidad de
la sala, y es todavía más fresco hacerlo junto al jarrón donde unas flores cuya
identidad es protegida por la media luz abren su claridad y sus pétalos hacia
la amplia ventana que nos trae la ciudad tras la comida o quizá después del
desayuno. Una figura camina en la acera de enfrente, lo bastante erguida y con
una zancada amplia como para imaginarlo varón y joven. Pero también podría ser
el personaje fantasmagórico urbano: una silueta de la que se desconoce el sexo,
la edad, su estado de ánimo, sus facciones; el hombre uniformado (en este caso
de negro) que nació en una época indefinida y que fue arrojado a cualquier
ciudad. Lo vemos ahora cruzar (inmortal prácticamente) nuestra fotografía. También
nos visitan los árboles, esos personajes más misteriosos aún y benevolentes.
¿No es de una bondad infinita el que la naturaleza, lejos de vengarse de
nuestra afición por el concreto, se arriesgue a compartir con nosotros este
aire enrarecido y los subsuelos tan estrechos? En el centro del camellón,
prodigando su sombra sobre nuestra ventana y recortándose en la luz que —¿será
de la mañana o de la tarde?— señorea una jacaranda. ¿Está en flor o apenas se
prepara para la floración? Quizá ya ha perdido las hojas, pero de ninguna
manera es verano ni otoño, por lo que podemos ver en el pavimento y en las
copas de los otros árboles. Podríamos abrir la ventana para sentir el aire y
así determinar si atravesamos una fría tarde de diciembre o si es febrero el que
hace vestir con manga larga al hombrecillo que camina decidido e ignorante de
nuestra mirada. Pero no, no podemos abrir la ventana, ¿ya lo advertiste? Hay un
pesado candado que casi pasa desapercibido en el borde inferior del marco de la
ventana. Es muy extraña su posición pero, si está ahí, es por algo. Sí, ahora
nos damos cuenta: con todo su solaz y sus despreocupados balcones, la ciudad de
la foto es furiosa e inmisericorde. ~
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CLAUDINA DOMINGO (Ciudad de
México, 1982) es poeta y editora. Ha publicado los libros de poesía Miel en
ciernes (Praxis, 2005) y Tránsito (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2011).
Obtuvo la beca de Jóvenes Creadores del Fonca en los periodos 2007-2008 y
2012-2013. Ha publicado poemas y artículos literarios en diversos medios
impresos y electrónicos. En 2012 obtuvo el Premio Iberoamericano de Poesía
Carlos Pellicer para Obra Publicada, por su libro Tránsito. - See more at:
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