Estoy descubriendo a Sergio Pitol. Decidí comenzar por El arte de la fuga, libro de ensayos escritos en la madurez, tan celebrado por su entramado de géneros (diario, crónica, relato, autobiografía...).
Estos son los párrafos que más me han gustado hasta ahora:
En cada revisión descubro nuevas fealdades y prodigo correcciones. ¡Cosa de nunca acabar! (...) Comienzo a tachar, a sobreponer palabras, a añadir líneas, a eliminar adjetivos, y una angustia insidiosa me va ganando, una repentina sensación de claustrofobia. (...) ¿No implica ya una traición a la escritura permanecer encerrado en una habitación, hojeando diccionarios, eliminando o añadiendo aquí y allá una palabra?
Sólo los frutos del pensamiento y la creación artística justifican de verdad la presencia del hombre en el mundo.
De "Viajar y escribir", Xalapa, marzo de 1993.
¿Podría acaso el decálogo de Horacio Quiroga aplicarse a la obra de Joyce, de Borges o de Gadda? Me temo que no. (...) Cada autor, a fin de cuentas, ha de crear sus propia poética, a menos que se conforme con ser el súcubo o el acólito de un maestro. Cada uno constituirá, o tal vez sea mejor decir encontrará, la forma que su escritura requiera, ya que sin la existencia de una forma no hay narrativa posible. Y a esa forma el hipotético creador habrá de llegar guiado por su propio instinto.
*
La elaboración de mi primera novela, a finales de los años sesenta, coincidió con una universal actitud de desprestigio de la narración, de aborrecimiento del relato. Manifestar un moderado interés por la obra de Dickens, para citar sólo un ejemplo, podía ser considerado como una franca provocación o una confesión de ignorancia, de aldeanismo. Fue aquel un tiempo de innovaciones incesantes. (...) Muchas de esas novedades me entusiasmaron, como a casi todos mis compañeros de generación. Estábamos convencidos de que una renovación formal era indispensable para devolverle a la novela una salud que estaba precisando. Aplaudimos las innovaciones, aún las más radicales; pero en mi caso, el interés por lo nuevo jamás logró mitigar mi pasión por la trama.
*
...jamás confundir redacción con escritura. La redacción no tiende a intensificar la vida; la escritura tiene como finalidad esa tarea. La redacción difícilmente permitirá que la palabra posea más de un sentido; para la escritura la palabra es por naturaleza polisemántica: dice y calla a la vez; revela y oculta. La redacción es confiable y previsible; la escritura nunca lo es, se goza en el delirio, en la oscuridad, en el misterio y el desorden, por más transparente que parezca.
...cité de paso, ya que estábamos de camino a Siena, un comentario de Robert Greene sobre la desenfrenada vida universitaria en esa ciudad (...) Mi compañero de viaje me corrigió educadamente el nombre, creyendo que citaba yo a Graham Greene, y le expliqué que no, me refería a Robert Greene, un contemporáneo de Shakespeare al cual algunos estudiosos atribuían la paternidad o, al menos la coparticipación en la escritura de Tito Andrónico (...) el joven estudiante de derecho se quedó un poco perplejo. (...) Me sugirió asomarme antes de dejar la ciudad, a la catedral y al museo de arte para ver las obras maestras de la pintura sienesa, las de Simone Mar-Duccio dei Buoninsegna, el fundador de la escuela sienesa y su más extraordinario exponente. Me recomendó anotar el nombre para no olvidarlo. Le respondí sin pedantería que sabía quién era (...) Duccio era extraordinario, insistí, nadie lo ponía en duda, pero carecía de la genialidad de Giotto, cuya obra resumía esos valores táctiles que para Berenson lo eran todo. Y ahí volvió a producirse un silencio semejante al que siguió a mi comentario sobre Robert Greene y sus recuerdos de Siena.
En los primeros meses de mi estancia en Italia conocí muchas veces la sensación de que la gente esperaba a de mí, como de cualquier joven latinoamericano, un caudal de visiones tropicales y aguerridas, de formas de pensamiento diferentes, de mitos, rebeldías y estrategias distintas que quizás ayudaran a redimir el viejo mundo. (...) Les halagaba sentir reconocida su cultura y al mismo tiempo los desilusionaba. Esas andanzas por el Renacimiento, la Ilustración y las vanguardias, a final de cuentas, les correspondían a ellos. (...) Por intuición comprendí que debía afirmar mi propio lenguaje y la cultura de donde procedía. Podía recitar una lista de palacios o iglesias construidas por Palladio o Brunelleschi, y en cambio tenía lagunas abrumadoreas en el barroco mexicano, en el horizonte trunco de los olmecas y los mayas, para sólo citar algunos ejemplos. Supe que necesitaba capturar ese pasado para moverme con soltura por el mundo.
Ahora bien, no todos los textos de Pitol contienen frases o argumentos breves, contundentes, que puedan ser aislados como máximas, derivar en sentencias para colocar sobre los muros. En ocasiones, esa contundencia se recibe al terminar el texto completo. Es el caso de "La herida del tiempo" y "Vindicación de la hipnosis". Sobre todo en este último caso. Así que léanlos completos, si la duda por saber a qué me refiero los motiva.
Estos son los párrafos que más me han gustado hasta ahora:
En cada revisión descubro nuevas fealdades y prodigo correcciones. ¡Cosa de nunca acabar! (...) Comienzo a tachar, a sobreponer palabras, a añadir líneas, a eliminar adjetivos, y una angustia insidiosa me va ganando, una repentina sensación de claustrofobia. (...) ¿No implica ya una traición a la escritura permanecer encerrado en una habitación, hojeando diccionarios, eliminando o añadiendo aquí y allá una palabra?
De "La lucha con el Ángel", Xalapa, mayo de 1995.
Sólo los frutos del pensamiento y la creación artística justifican de verdad la presencia del hombre en el mundo.
De "Viajar y escribir", Xalapa, marzo de 1993.
¿Podría acaso el decálogo de Horacio Quiroga aplicarse a la obra de Joyce, de Borges o de Gadda? Me temo que no. (...) Cada autor, a fin de cuentas, ha de crear sus propia poética, a menos que se conforme con ser el súcubo o el acólito de un maestro. Cada uno constituirá, o tal vez sea mejor decir encontrará, la forma que su escritura requiera, ya que sin la existencia de una forma no hay narrativa posible. Y a esa forma el hipotético creador habrá de llegar guiado por su propio instinto.
*
La elaboración de mi primera novela, a finales de los años sesenta, coincidió con una universal actitud de desprestigio de la narración, de aborrecimiento del relato. Manifestar un moderado interés por la obra de Dickens, para citar sólo un ejemplo, podía ser considerado como una franca provocación o una confesión de ignorancia, de aldeanismo. Fue aquel un tiempo de innovaciones incesantes. (...) Muchas de esas novedades me entusiasmaron, como a casi todos mis compañeros de generación. Estábamos convencidos de que una renovación formal era indispensable para devolverle a la novela una salud que estaba precisando. Aplaudimos las innovaciones, aún las más radicales; pero en mi caso, el interés por lo nuevo jamás logró mitigar mi pasión por la trama.
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...jamás confundir redacción con escritura. La redacción no tiende a intensificar la vida; la escritura tiene como finalidad esa tarea. La redacción difícilmente permitirá que la palabra posea más de un sentido; para la escritura la palabra es por naturaleza polisemántica: dice y calla a la vez; revela y oculta. La redacción es confiable y previsible; la escritura nunca lo es, se goza en el delirio, en la oscuridad, en el misterio y el desorden, por más transparente que parezca.
De "¿Un Ars Poetica?", Xalapa, septiembre de 1993.
...cité de paso, ya que estábamos de camino a Siena, un comentario de Robert Greene sobre la desenfrenada vida universitaria en esa ciudad (...) Mi compañero de viaje me corrigió educadamente el nombre, creyendo que citaba yo a Graham Greene, y le expliqué que no, me refería a Robert Greene, un contemporáneo de Shakespeare al cual algunos estudiosos atribuían la paternidad o, al menos la coparticipación en la escritura de Tito Andrónico (...) el joven estudiante de derecho se quedó un poco perplejo. (...) Me sugirió asomarme antes de dejar la ciudad, a la catedral y al museo de arte para ver las obras maestras de la pintura sienesa, las de Simone Mar-Duccio dei Buoninsegna, el fundador de la escuela sienesa y su más extraordinario exponente. Me recomendó anotar el nombre para no olvidarlo. Le respondí sin pedantería que sabía quién era (...) Duccio era extraordinario, insistí, nadie lo ponía en duda, pero carecía de la genialidad de Giotto, cuya obra resumía esos valores táctiles que para Berenson lo eran todo. Y ahí volvió a producirse un silencio semejante al que siguió a mi comentario sobre Robert Greene y sus recuerdos de Siena.
En los primeros meses de mi estancia en Italia conocí muchas veces la sensación de que la gente esperaba a de mí, como de cualquier joven latinoamericano, un caudal de visiones tropicales y aguerridas, de formas de pensamiento diferentes, de mitos, rebeldías y estrategias distintas que quizás ayudaran a redimir el viejo mundo. (...) Les halagaba sentir reconocida su cultura y al mismo tiempo los desilusionaba. Esas andanzas por el Renacimiento, la Ilustración y las vanguardias, a final de cuentas, les correspondían a ellos. (...) Por intuición comprendí que debía afirmar mi propio lenguaje y la cultura de donde procedía. Podía recitar una lista de palacios o iglesias construidas por Palladio o Brunelleschi, y en cambio tenía lagunas abrumadoreas en el barroco mexicano, en el horizonte trunco de los olmecas y los mayas, para sólo citar algunos ejemplos. Supe que necesitaba capturar ese pasado para moverme con soltura por el mundo.
De "Siena revisitada", Xalapa, abril de 1996.
Ahora bien, no todos los textos de Pitol contienen frases o argumentos breves, contundentes, que puedan ser aislados como máximas, derivar en sentencias para colocar sobre los muros. En ocasiones, esa contundencia se recibe al terminar el texto completo. Es el caso de "La herida del tiempo" y "Vindicación de la hipnosis". Sobre todo en este último caso. Así que léanlos completos, si la duda por saber a qué me refiero los motiva.
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